miércoles, 17 de julio de 2013

La mochila


Las botas de subir montañas, la linterna de cazar gamusinos, un pañuelo para la garganta y el bañador y las gafas de buscar cangrejos. La gorra y la crema del sol para luchar contra los rayos ultravioleta, la cantimplora para llegar más lejos, el chubasquero contra las tormentas, un repelente de mosquitos para ahuyentar a los bichos más venenosos y el saco de dormir para descansar por la noche de las aventuras del día.

- ¡Mamá!, ya estoy listo para al campamento.

miércoles, 19 de junio de 2013

Mi panadero

Mi panadero tiene pelo blanco y bigote blanco. Lleva pantalones blancos, camiseta blanca y zuecos blancos. Se levanta a las 3 para amasar y hornear las pistolas, chapatas, baguettes y panetes que más tarde se servirán en nuestras mesas.

Mi panadero de pelo blanco también hornea dulces y cuando vas a la panadería huele que da gusto, cada día a una cosa. Los lunes a bizcocho, los martes a magdalenas, los miércoles a pastas de almendras y piñones, los jueves a sobaos, los viernes a palmeras, los sábados a croissant y los domingos a napolitana de chocolate y crema. La mujer de mi panadero se encarga de envasarlos y colocarlos en la vieja estantería de cristales ya ahumados por el paso de los años.

Mi panadero de pelo blanco está en el mostrador hasta las diez, siempre luciendo una amable y alegre sonrisa. Es entonces cuando me gusta ir a comprar el pan y que sea él quien con menos horas de sueño y varias horas de trabajo entre levadura y harina sea quien me dé los buenos días.

lunes, 22 de octubre de 2012

La casona de ladrillo

La casona de ladrillo se levanta imponente en la calle principal. La rodea el verde jardín en donde un centenario árbol da sombra a las ventanas que miran al sur. En el balcón acristalado siempre hay flores, hasta en los más gélidos días de invierno.

Me gusta el chirriar de su verja cuando la abro, así me saluda cuando acompaño a mi abuela y subimos la escalinata que accede al porche, donde una vieja hamaca se mece gracias a la brisa que atraviesa el jardín. Cuidadosamente mi abuela me da las cartas que hay que depositar en el buzón y yo las introduzco. Cuando la cerramos y nos vamos, la verja nos despide con su particular chirriar.

Nunca veo a nadie en la casona de ladrillo, pero sus flores crecen, su árbol no flaquea y el verde de su jardín nunca amarillea. ¿Quién regará las plantas? Algún día me gustaría hacerlo a mí.