jueves, 16 de diciembre de 2010

Mal despertar de domingo

¡No hay quién soporte un mal despertar un domingo por la mañana! Pero si se supone que los domingos son para descansar. Me compraré el periódico a ver si lo arregla. Hoy no tengo plan, así que nada mejor que pasarme el día tirado en el sofá leyendo de arriba abajo las páginas de información general, las color salmón, el dominical y el especial que viene hoy.

Ni la prensa que tanto me gustar rumiar el fin de semana aparta este mal estar que tengo por el mal despertar. ¡Pero si es domingo! Hoy es un día para disfrutar. Voy a preparar algo ligero para comer, ¡ni hambre tengo! Nada que no arregle una siesta. Después, más lectura, seguro que a la luz del atardecer encuentro la tranquilidad.

¡Joder! Ni la siesta ni nada. Pero, ¿un bien despertar de siesta no puede con un mal despertar de por la mañana? No lo entiendo, no lo entiendo. Ni de la sección de Internacional he pasado . Son sólo las seis de la tarde. Creo que nunca he tenido tantas ganas como hoy de que llegue el lunes. Es que ni me interesan los reportajes del dominical.

Venga, va. Una duchita y como nuevo. Una ducha siempre puede con un mal despertar. Además,  el momento de tranquilidad de los domingos llega por la noche, en el sofá, después de cenar.

¿¡Ni la ducha!? Esto sí que no. Esto sólo lo arreglan una cerveza y unas aceitunas.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Bufanda y guantes de lana

La bufanda hecha por la abuela le tapaba hasta la nariz. En las manos guantes de lana, también hechos por la abuela, y en los pies botas de agua.

Nevaba mientras caminaba, pero no le importaba. Al final no se pudo poner la falda como pensaba, pero esos vaqueros no le quedaban nada mal. Quiso ponerse un poco mona. El abrigo recién estrenado parecía no calar, y las orejeras parecían calentarle la cabeza entera, también los recuerdos. Llevaban años sin verse, desde la escuela. ¡Había tantas cosas que contarse! Tantos momentos por rememorar. A pesar de ir justa de tiempo, le había dado tiempo a quitarse la bata del trabajo y ponerse un poco decente.

En cinco minutos, diez a lo sumo, se encontrarían, ¡por fin! Cuántas líneas escritas, cuántos sellos pegados, cuántas cartas recibidas, cuántos paquetes enviados; aunque ahora su comunicación postal se limitaba a las Navidades y a los cumpleaños.

Sí, se sentarían en la mesa del fondo de la cafetería, en esa en la que tantas veces de pequeñas se habían imaginado siendo mayores.

Ana había vuelto, María la esperaba. Su estancia no sería prolongada, sus padres y hermanos no habían vuelto de Suiza tras su huida en el 63, aunque doce años después las cosas habían cambiado. Venía a pasar la Navidad en España, con sus abuelos, tíos y primos, como cuando era niña. Lo decidió a finales de noviembre.

Cuando María abrió la puerta de la cafetería, miró a la mesa del fondo. Allí estaba su prima, Ana. Se miraron y sonrieron. Ambas llevaban la misma bufanda y los mismos guantes. Nada abrigaba más que la lana tejida por la abuela.

jueves, 2 de diciembre de 2010

El taxi

- Piiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
- ...
- Piiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

El claxón del taxi no dejaba de pitar, el conductor no le daba tregua, a ralentí avanzaba por la recta calle de tres carriles. El taxista no dejaba de mirar a su derecha mientras el coche recorría la calle por el carril central lentamente y como por inercia.

- Piiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
- ...

La mano derecha del taxista presionaba con rabia el centro del volante, accionando el claxón y accionándose así el continuo y desagradable pitido. La mano izquierda directa al elevalunas, la ventanilla del copiloto se abre con lentitud. Sin dejar de mirar a su derecha, el taxista empieza a gritar:
- ¡Jeta. Que eres un jeta! -se oía mientras el claxón seguía sonando-.

Ahora que ya había bajado la ventanilla, acompañaba sus insultos con la mano izquierda, amenazante, dando mayor énfasis a sus gritos y a su enfado.

- Piiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. -El taxi seguía avanzando a ralentí y la mano derecha no dejaba que el claxon callara.

Poco a poco, por el carril central, el pitido y los gritos se alejaban. Atrás, en el carril derecho, quedaba un teatro y un taxi de servicio que no estaba en la parada.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Echando la cuenta

Uno, dos, tres, cuatro... Quince.
Por aquí, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Veinte, veinte filas.
Quince por veinte, trescientos.

En el otro lado algunos asientos menos.
Uno, dos, tres... Diez. Diez por uno, dos, tres, cuatro... Veinte. ¡Claro, veinte!, de abajo arriba hay las mismas filas.
Diez por veinte, doscientos.

Tresciento más doscientos... ¡Eh, tú, apunta! Aforo de la sala, quinientos.