viernes, 10 de diciembre de 2010

Bufanda y guantes de lana

La bufanda hecha por la abuela le tapaba hasta la nariz. En las manos guantes de lana, también hechos por la abuela, y en los pies botas de agua.

Nevaba mientras caminaba, pero no le importaba. Al final no se pudo poner la falda como pensaba, pero esos vaqueros no le quedaban nada mal. Quiso ponerse un poco mona. El abrigo recién estrenado parecía no calar, y las orejeras parecían calentarle la cabeza entera, también los recuerdos. Llevaban años sin verse, desde la escuela. ¡Había tantas cosas que contarse! Tantos momentos por rememorar. A pesar de ir justa de tiempo, le había dado tiempo a quitarse la bata del trabajo y ponerse un poco decente.

En cinco minutos, diez a lo sumo, se encontrarían, ¡por fin! Cuántas líneas escritas, cuántos sellos pegados, cuántas cartas recibidas, cuántos paquetes enviados; aunque ahora su comunicación postal se limitaba a las Navidades y a los cumpleaños.

Sí, se sentarían en la mesa del fondo de la cafetería, en esa en la que tantas veces de pequeñas se habían imaginado siendo mayores.

Ana había vuelto, María la esperaba. Su estancia no sería prolongada, sus padres y hermanos no habían vuelto de Suiza tras su huida en el 63, aunque doce años después las cosas habían cambiado. Venía a pasar la Navidad en España, con sus abuelos, tíos y primos, como cuando era niña. Lo decidió a finales de noviembre.

Cuando María abrió la puerta de la cafetería, miró a la mesa del fondo. Allí estaba su prima, Ana. Se miraron y sonrieron. Ambas llevaban la misma bufanda y los mismos guantes. Nada abrigaba más que la lana tejida por la abuela.

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